Amor nació en Babel

Hoy quiero compartir un poema de 2008. Lo terminé durante mi residencia en el Banff Centre, de Alberta, Canadá. Como pasa en muchas ocasiones, este poema era parte central del poemario que creció fruto de un trabajo que culminó en la residencia. De a poco, muchos de los textos que formaban parte del poemario se acomodaron en otros sitios y Amor nació en Babel se fue quedando solo. Si bien lo siento ya lejano a mi escritura actual, le guardo un afecto especial. Sin más, aquí lo comparto.

Aquí en su versión Flipbook:

https://flipbookpdf.net/web/site/7ebb080cb862e10bdb4e90d0178edd76c9597c17202509.pdf.html

                                   AMOR NACIÓ EN BABEL

Esos seres,
tan primeros como cualquier padre desnudo,
habían logrado el engaño perfecto:
“Hacerle creer que la torre
es piedra y madera
que buscan el cielo.”
Y entonces construyeron,
elevaron una pesada realidad
bloque por bloque.
Magnífica y terrible,
la estructura cobró vidas,
hizo que esos hombres supieran
que los huesos pueden ser esquirlas,
que las manos se yagan,
se entumen hasta que parecen decir:
“no puedo más”.
Que el aliento precipita su ritmo en tal forma
que parece encarrerarse hacia la muerte.
Esos mortales construyeron,

bloque por bloque,
el más sólido monumento al artificio.
-Ya podemos verlo- gritaban unos
desde el punto más alto.
-Ahí sus pies divinos.
-Ahí sus tobillos soberbios.
Ahí, apenas reconocible,
Su puño cerrado,

temeroso ante el atrevimiento de los mortales
“Un poco más alto”
Gritaban todos los constructores.
(Siempre hacia dentro)

Un poco más alto.
Un bloque a la vez.
Uno.
En la firmeza de cada piedra
podía sentirse el temblor del Supremo,
cada viga que daba vida al titánico esqueleto
dejaba pruebas del calofrío que recorría
la Sagrada espalda.
Un solo bloque,

Uno,

Porque todos los bloques no son sino uno.
No hay en la suma de todos los bloques
más que eso,

ni menos que eso.

Uno.

Ese número que Él mismo había inventado
le encaraba,
mostraba el rostro pétreo,
deseoso de culminar su ascenso.
He ahí lo primero que el Sagrado no pudo crear:
El reflejo.

Dolorosa prueba de Su existencia,
de Su soledad mayúscula como Su nombre.
No quiso entonces ver más,
al descender con la mirada,
no halló sino Su furia
y a los constructores alimentarla,
darle forma,
poner,
bloque por bloque,
cada detalle,
el más fino rasgo del rostro ansioso por destruir
lo que vino de sus manos.

Y entonces pronunció Su castigo,
Sus inexistentes labios
vibraron a un ritmo nuevo,
fueron un sérpigo que sangraba condenas.
La torre cesó.
Los constructores abandonaron
sus herramientas
sin poder decir qué abandonaban.
Primero no hicieron sino mirarse.
No hablaban. Sabían.
Ese silencio bastó para saber.

De pronto un grito
una voz
asombro en palabra
nueva

Aquí voz

Aquí silencio

Aquí gemido

Nadie hay que entienda al otro,
pues otro tiene tantos nombres,
cada rostro es nuevo pues se pronuncia en tantas formas.

El Creador sonríe,
cree haber vencido,
su mano se abre,
se distensa.
Pero en tierra hay canto y bailes disonantes.
Fingiendo torpeza,
las manos, como si fueran una,
toman bloques,

uno por uno,

cada bloque es polvo,
polvo y cimiente.
Esos seres reconocen su victoria,
vibran lenguas,
el verbo es más que una promesa
y se encarna más fuerte que el futuro.
Sigue la danza,
Sigue el canto.
Entre el tumulto, dos se tocan.
Inventan mirada.
Pronuncian caricia.
Se apalabran en un abrazo.
Nadie los ve,
ocurren silenciosos,
íntimos y secretos.
Caen al piso,
conjugan juego,
nadie hay que advierta su brillo,
nadie que lo detenga,
que lo pronuncie.
Pero todos, constructores de nuevo,
sienten.
En su piel recién nacida en tantas palabras,
En el primer acento de su pasión,
En el tacto que tiene el idioma más raro de todos,
(pero que todos entienden).
Ahí, en verdad,
nacieron todos los seres humanos.
Todos son en ese instante
ya no como les imaginaron,
sino sólo suyos, sólo ellos,
son tan todos que son uno,
como cada bloque,
como Aquel que mira desde Su altura lejana,
más lejana ahora,

inalcanzable.

Y no hace más que mirar.
Eso le han regalado aquello que alejó de un golpe:
La tristeza,
Una,


Sola,
como el número que Él mismo había inventado,
le devora,
le cubre de cielo.
Abajo, los constructores aman,
tocan el verbo tocar,
gota por gota derraman su sudor sustantivo,
ponen en los labios deseados
la palabra beso,
tan muda desde entonces.
Él escribe sus muslos,
Ella responde su cuello.
Uno y tan distintos
garabatean,
borran,

muerden,
exhaustos respiran.
Con cada caricia suave ahora se alejan,
se levantan
aún con su brillo.
Nadie hay alrededor.
Sólo las voces.
Las palabras recién creadas.
Una última caricia.
Una mirada.
Ella dice azogue,
él refleja silencio...
Entre voces se alejan en direcciones contrarias.

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